martes, 2 de mayo de 2017

Mes de Mayo




Recientemente ha aparecido un libro espléndido en Ediciones Palabra. Se titula Cíen años de LUZ. Sus autores son Darío Chimeno y José Mª Navalpotro. Estamos en el centenario de las Apariciones de Fátima y en estos cien años la Virgen de Fátima no ha dejado de alumbrar ni al mundo ni a la Iglesia. Ése es el tema de este libro, que se suma a la abundante literatura ya existente sobre Nuestra Señora. El Papa Francisco destacaba como lectura favorita suya las obras marianas de S. Alfonso María de Ligori. A mí me gusta mucho leer los distintos capítulos de su libro Las glorias de María.

La Iglesia dedica el mes de mayo a la Virgen. Mes de mayo -decía san Josemaría-. El Señor quiere de nosotros que no desaprovechemos esta ocasión de crecer en su Amor a través del trato con su Madre. Que cada día sepamos tener con Ella esos detalles de hijos —cosas pequeñas, atenciones delicadas—que se van haciendo grandes realidades de santidad personal y de apostolado, es decir, de empeño constante por contribuir a la salvación que Cristo ha venido a traer al mundo (1).
San Josemaría se conmovía con las manifestaciones multitudinarias de amor a la Virgen, pero siempre decía que tenía predilección por la romería hecha individualmente o en grupos reducidos, quizá sólo de dos o tres personas. Respeto y amo esas otras manifestaciones públicas de piedad, pero personalmente prefiero intentar ofrecer a María el mismo cariño y el mismo entusiasmo, con visitas personales, o en pequeños grupos, con sabor de intimidad (2).
En 1935, después de su primera visita al santuario de Sonsoles, en tierras de Ávila, el fundador del Opus Dei estableció que, como muestra de amor a la Virgen, todos los fieles de la Prelatura hicieran cada año, en el mes de mayo, una romería a un Santuario o lugar donde se venere una imagen de Santa María. Desde entonces, esa costumbre se ha difundido entre muchas otras personas que han entrado en contacto con su mensaje.

La romería de mayo es una visita a la Virgen hecha con amor filial. Lo que hacía San Josemaría era rezar tres partes del Rosario: una, en el camino de ida; otra —que solía ser la correspondiente al día de la semana, con las letanías—, en el santuario o ante la imagen de Nuestra Señora que había ido a visitar; y la tercera, en el camino de regreso.
Una manifestación particular de la maternidad de María —decía Juan Pablo II en Fátima— la constituyen los sitios donde Ella se encuentra con los hombres, las casas donde habita; lugares donde se nota una particular presencia de la Madre. En todos estos lugares se cumple de modo admirable el singular testamento del Señor crucificado. Allí, el hombre es confiado a María, allí acude con presteza a encontrarse con Ella como con la propia Madre; le abre su corazón, le habla de todo; la recibe en su propia casa, es decir, le hace partícipe de todos sus problemas.
                                                                                        J.S.
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[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 149
[2] Ibid., 139

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