jueves, 31 de octubre de 2013

La oración de intercesión es la forma más alta de solidaridad, dice el Papa Francisco

En años de cierta turbulencia en la vida de la Iglesia, algunas comunidades femeninas de vida contemplativa sufrieron de un modo especial. Las inquietaban voces que trataban de convercerlas de que su vida era inútil, que pertenecía a un pasado histórico. Eso de pasar sus vidas entregadas a una oración constante no tenía sentido en un mundo aquejado de graves injusticias sociales. Tenían que cambiar sus fines institucionales y dedicarse a una vida activa, de presencia entre los más necesitados.


Las pobre monjitas que no hacían más que rezar por la Iglesia, por los sacerdotes y por mil encargos que les hacían desde el torno sufrieron la  incomprensión e, incluso en algunos casos, cierto acoso pastoral para que cambiaran de vida. Gran consuelo habrán encontrado ahora cuando las comprende tan bien el Papa Francisco, como las comprendieron y estimaron Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI. En estos últimos años se han producido pronunciamientos definitivos por parte del Magisterio pontificio sobre la vida contemplativa y su importancia en la vida de Iglesia. Bastaría releer con calma la Exhortación Apostólica  Vita Consecrata de Juan Pablo II.
El Santo Padre ha resumido en una frase feliz un punto clave en la percepción y en la vivencia de la Comunión de los Santos: “nos unimos como Iglesia, que encuentra en la oración de intercesión la forma más alta de solidaridad”. Ésta es una carga de profundidad para planteamientos que a todos nos asaltan con frecuencia: menos rezar y más acción. Por supuesto que hay que afrontar con la acción muchos problemas, pero, ¿por dónde empezar? El Papa lo ha dicho claro: la oración de intercesión es la forma más alta de solidaridad.
El mismo Papa Francisco nos da ejemplo, porque no pierde ocasión para repetir: “Rezad por mí”.
J.S

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