domingo, 30 de junio de 2013

COMENTARIO La paciencia de Dios y nuestra impaciencia

 Me ha llamado la atención unas palabras del Papa Francisco en Santa Marta. “Cuando el Señor viene – observó el Papa – no siempre lo hace de la misma forma. No existe un protocolo de acción de Dios en nuestra vida”, “no existe”. Y añadió el Papa, “lo hace una vez  de una forma, otra vez de otra” pero lo hace siempre. “Siempre – recalcó – existe este encuentro entre nosotros y el Señor”.

Dios no tiene un protocolo fijo para interpelarnos. No hay dos itinerarios iguales en la experiencia religiosa de las personas. Basta leer las confesiones de los Santos sobre su propia vida o los relatos de conocidos conversos para entender que no hay dos caminos exactamente iguales, aunque siempre han discurrido dentro el sendero de Jesucristo, quien dijo de Sí: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. 

El Señor camina siempre a nuestro lado y permite entrever su presencia cuando quiere. Quizá no advirtamos de continuo esa presencia suya, siempre paternal y providente. Nos acompaña de un modo silencioso y atento, sin llamar de un modo especial nuestra atención. Pero, de vez en cuando, porque lo necesitamos, se hace notar de un modo más o menos descarado. Son momentos o circunstancias en nuestra vida en los que hemos de reaccionar aceptando su voluntad o determinándonos a emprender una tarea que nos sugiere Él mismo. Esos momentos críticos, bien resueltos, dibujan el perfil de una vida cristiana cumplida, realizada, integrada en los planes de Dios. De ahí nacen el bautismo, la decisión de prepararse para el sacerdocio, o para el matrimonio, o para la vida consagrada o para seguir a Cristo de un modo más determinado. También de esos encuentros con Dios puede surgir la aceptación de una enfermedad, o el encaje en una situación nueva no prevista como puede ser la muerte de alguien muy cercano, el desamor de un hijo o una pérdida de fortuna. En esos momentos, que se dan de mil maneras distintas en la vida de toda persona, el Dios que nos ama 
nos invita a una nueva conversión, a una nueva purificación, a un ascenso en la vida interior; el Señor que nos busca nos anima a nuevos impulsos en la tarea de ayudar a los demás.

Todas estas consideraciones me las han provocado las palabras del Papa Francisco en su homilía del pasado 28 de junio en Santa Marta.
El Obispo de Roma comentó los encuentros de Dios con Abraham, con Sara, con el Buen Ladrón, con los discípulos de Emaús. Nos ayudó a ver como Dios se toma su tiempo, tiene un ritmo para cada alma, despliega una paciencia infinita más que la mejor de las madres, También nosotros hemos de tener paciencia y perseverar a pesar de las dificultades o de la oscuridad.
El Señor toma su tiempo. Pero también Él, en esta relación con nosotros, tiene tanta paciencia. No sólo nosotros debemos tener paciencia: ¡Él la tiene! ¡Él nos espera! Y nos espera ¡hasta el final de la vida! Pensemos en el buen ladrón, precisamente al final, reconoció a Dios. El Señor camina con nosotros, pero tantas veces no se deja ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está comprometido en nuestra vida - ¡esto es seguro!– pero tantas veces no lo vemos. Esto nos pide paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene tanta paciencia con nosotros”.

Pienso en muchas crisis matrimoniales que se hubieran resuelto felizmente con un poco de más paciencia y con más confianza en Dios. Han sido crisis mal resueltas por ceder a la tentación de soluciones fáciles, pero engañosas. El ejemplo de Jesús en la Cruz es impresionante y ejemplar. Veamos cómo lo explica el Papa.

Algunas veces en la vida, constató Francisco, “las cosas se vuelven tan oscuras, hay tanta oscuridad, que tenemos ganas - si estamos en dificultad - de bajar de la Cruz”. Y añadió, “es el momento preciso: cuando la noche es más oscura, cuando la aurora está cerca. Y siempre cuando nos bajamos de la Cruz, lo hacemos cinco minutos antes que llegue la liberación, en el momento de la impaciencia más grande”:Jesús, sobre la Cruz, escuchaba que lo desafiaban: ‘¡Baja!, ¡Baja! ¡Ven!’. Paciencia hasta el final, porque Él tiene paciencia con nosotros. Él entra siempre, Él está comprometido con nosotros, pero lo hace a su manera y cuando Él piensa que es mejor. Sólo nos dice aquello que dijo a Abraham: ‘Camina en mi presencia y sé perfecto’, sé irreprensible, es la palabra justa. Camina en mi presencia y trata de ser irreprensible. Éste es el camino con el Señor y Él interviene, pero debemos esperar, esperar el momento, caminando siempre en su presencia y tratando de ser irreprensibles.

Pidamos esta gracia al Señor: caminar siempre en su presencia, tratando de ser irreprensibles.


Jorge Salinas

viernes, 28 de junio de 2013

COMENTARIO La serie de Papas santos

El pasado 22 de junio se cumplió el 50 aniversario de la elección del venerable siervo de Dios el Papa Pablo VI. Con este motivo el Papa Francisco hizo una semblanza de su persona, llena de veneración. Entre varios aspectos del recordado Pontífice el actual Papa destacó su apasionado amor por la Iglesia: «un amor de toda una vida: alegre y doloroso, −ha recordado el Santo Padre. Un amor que expresó desde su primera encíclicaEcclesiam suam. Pablo VI vivió de lleno las vicisitudes de la Iglesia después del Concilio Vaticano IIsus luces, sus esperanzas, las tensiones». Él amó a la Iglesia y se gastó por ella sin reservas. «Un verdadero pastor cristiano que tenía una visión muy clara de que la Iglesia es una madre que lleva dentro a Cristo y conduce a Cristo». Porque como el mismo Papa Montini decía: «La Iglesia está verdaderamente arraigada en los corazones del mundo, pero a la vez es suficientemente libre e independiente para interpelar al mundo».

Yo estaba en Roma aquel 22 de junio de 1963. El pueblo romano había sufrido mucho con la agonía de Juan XXIII y en los medios se aludía a él con el nombre de “el Papa Bueno”. Pero ese apelativo cariñoso de “el Papa Bueno” empezó a usarse en algunos lobbys mediáticos con una intención insidiosa, como si Pio XII hubiera sido “el malo”.

Uno de los primeros actos pontificios de Pablo VI fue decretar el inicio del proceso de beatificación de Pio XII y de Juan XXIII, los dos juntos. Aquel gesto del nuevo Papa fue entendido inmediatamente por todos los buenos hijos de la Iglesia.

En tiempos de crisis se dan alternancias de luces y sombras y la imaginación pierde el control. Pasados cincuenta años leemos con admiración las enseñanzas de Pablo VI y entendemos sus grandes sufrimientos, porque advertía el peligro de un desprecio de la Iglesia real, jerárquica, prefiriendo como alternativa una realidad eclesial en conexión inmediata con el Espíritu: «No nos engañe el criterio de reducir el edificio de la Iglesia, que ha llegado a ser grande y majestuoso para la gloria de Dios, como templo suyo magnífico, a sus iniciales y mínimas proporciones, como si éstas fueran solamente la verdadera Iglesia por vía carismática, como si fuese nueva y verdadera la expresión eclesiástica que naciese de ideas particulares, fervorosas sin duda y a veces convencidas de gozar de divina inspiración, introduciendo así arbitrarios sueños de artificiosas renovaciones en el esquema constitutivo de la Iglesia» (Ecclesiam suam, 24).

Ahora está ocurriendo algo parecido. Qué verdad es que «los juicios de Dios no son los juicios de los hombres». Cuando pasen unos años se verá cómo hemos pasado por una época difícil en la historia de la Iglesia y que nos ha tocado una serie de Papas Santos, sucesores de Pedro que han tenido que seguir al Maestro llevando la Cruz a cuestas, por amor a la Iglesia.

J.S.


Imprimir o descargar como PDF

COMENTARIO El Papa del "Twitter"



Comunicar el Evangelio en el lenguaje simplificado de los medios

El Papa Francisco se ha aficionado a ‘Twitter’. Todos los días publica en su cuenta @Pontifex_es un mensaje breve e incisivo, en inglés, español, italiano, francés, portugués, polaco, árabe y latín. La respuesta ante esta nueva estrella de la red social es sorprendente y aumenta cada día. Por ahora ya son más de 12 millones de seguidores.

    ¿Es posible transmitir un mensaje serio dentro de los límites de 140 caracteres? Al principio, muchos lo dudaron. Pensaban que este medio estaba destinado exclusivamente al intercambio de frases simples, breves, insustanciales, entre gente joven: “hoy me he levantado con sueño”“disfrutando de una canción de Michael Jackson, etc. La experiencia desmiente ese prejuicio. Es posible transmitir mensajes ricos de contenido en 140 caracteres. Y, además, esto no constituye una novedad en el mundo de la comunicación.

      Se ha dicho que el éxito de los mensajes cortos, típicos de la publicidad y de los slogans, es debido a la falta habitual de concentración de un público muy amplio, a la carencia de capacidad crítica, a la prisa y a la irreflexión instalada en un cierto modo de vivir. Esto es cierto, pero sólo hasta cierto punto.

      En el mundo antiguo la comunicación fue, básicamente, oral. Pensemos en el pueblo judío y en el esfuerzo por conservar una identidad religiosa y cultural a pesar de continuos avatares históricos adversos. En tiempos de Esdras y Nehemías los textos sagrados y una tradición oral muy rica permitieron al pueblo judío recuperar su identidad religiosa y renacer como nación después de varias generaciones fuera de juego. A partir de entonces (estamos en el siglo V antes de Cristo) la trasmisión del mensaje religioso se basa en la Escritura y en una enseñanza oral y memorística.

      Para conservar en la memoria toda una sabiduría de origen ciertamente divino (a través de profetas y autores sagrados) se requieren ciertas técnicas del lenguaje. La Sabiduría se condensa en proverbios, en refranes, en dichos, en sentencias. Hay técnicas en las escuelas rabínicas que ayudan a fijar en la memoria enunciados breves: el ritmo de la frase, los contrastes de imágenes, la musicalidad, la asociación de fonemas.

      Y llegamos a Jesús, el Maestro por excelencia de todo el género humano, la Sabiduría encarnada. ¿Cómo hablaba Jesús? Ciertamente de una manera sencilla, directa, iluminando los corazones, discerniendo los pensamientos más íntimos del oyente. Los Evangelios fueron compuestos a base de “hechos” y “dichos” de Jesús conservados en la Iglesia primitiva. Se trata de un lenguaje sintético de gran belleza y eficacia a pesar de que hay por medio varias traducciones: Yo soy el Camino, la Verdad y la vidaEl cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasaránSi el grano de trigo no muere permanece infecundo, pero si muere dará mucho frutoSi alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo tome su Cruz y sígame;Convertíos porque el Reino está cerca.

      Resulta asombroso, pero la verdad es que un gran número de versículos del Evangelio tienen menos de 140 caracteres. Se podrían editar los 4 Evangelios en Twitter a base de mensajes cortos. Asombroso.

      Estas consideraciones nos llevan a revisar muchos prejuicios. Llevamos años acostumbrados a una especie de lenguaje eclesiástico ampuloso y aburrido. Hay ocasiones en que no hay una adecuación entre el modo de comunicar de la Iglesia y los hábitos receptivos del gran público. Algunos comunicados oficiales han pretendido aclarar alguna confusión en la opinión pública y, más bien, han aumentado la confusión. Es verdad que la técnica de los titulares en los medios consiste en resumir en pocas palabras lo que, a continuación, se expone con más detalles. También es verdad que algunos medios titulan de un modo tendencioso, En todo caso hay una mayoría del público que sólo lee los titulares.

      ¿Cómo comunicar el Evangelio en el lenguaje simplificado de los medios? Este es uno de retos de la Nueva Evangelización, pero no el único ni el más importante. El Magisterio de la Iglesia requiere el formato clásico de las Encíclicas, las Exhortaciones Apostólicas, las Cartas Pastorales y otras modalidades de documento. Los libros de teología necesitan un lenguaje donde quepan los matices, el aparato crítico. Un artículo como éste que he escrito no entra en el molde Twitter.

      El Papa Francisco está abriendo caminos. En el Evangelio hay consignas muy claras: lo que habéis oído en lo escondido predicadlo desde los tejados; salid a las encrucijadas.

     ¿Cuáles son los tejados, cuáles las encrucijadas de este mundo, especialmente entre la joven más joven? Juan Pablo IIusaba con frecuencia la expresión los areópagos modernos. La idea de fondo es la misma: allí donde se encuentren los cuerpos se congregarán las águilas.

      Como dice el Papa Francisco en un tweetPidamos al Señor, en este Año de la fe, que la Iglesia sea cada vez más una verdadera familia que lleva el amor de Dios a todos. También en Twitter.

Jorge Salinas
Imprimir o descargar como PDF

COMENTARIO Las homilías del Papa en Santa Marta


Las homilías del Papa en Santa MartaAtender a la intención del Papa en cada momento es la primera condición para acoger su magisterio


      Las homilías del Papa en Santa Marta, todas las mañanas, constituyen un género nuevo dentro de su comunicación con los fieles. Hasta ahora estábamos acostumbrados a que el magisterio ordinario de los Papas más recientes tuvieran un formato bastante normalizado. Todos los actos magisteriales y de gobierno del Papa los podíamos encontrar en ‘Acta Apostolicae Sedis’ (una especie de B.O.E. de la Santa Sede) o en la web oficial www.vatican.va. Juntando todo el magisterio de Juan XXIIIPablo VIJuan Pablo IJuan Pablo II y Benedicto XVI (para lo cual harían falta años de dedicación y estudio) tenemos a mano, entre otras cosas, una extensa lectura y una aplicación del Concilio Vaticano II con la hermenéutica de la continuidad y de la reforma.

      El Papa Francisco lleva tres meses de pontificado y todavía no ha estrenado ninguno de los formatos mayores de Magisterio (por ejemplo una Encíclica) o una disposición disciplinar importante (una Constitución Apostólica o un Motu propio, por citar posibilidades). En cambio ha desarrollado una intensa actividad pastoral como Obispo de Roma, con una predicación abundante y frecuentes celebraciones litúrgicas con gran participación de pueblo. Pero las misas en Santa Marta con sus homilías breves y encendidas constituyen una auténtica novedad.

      Tenemos que releer con atención la cuidadosa nota del P. Lombardi que nos sitúa ante la naturaleza de esa celebración matinal y diaria: «Se trata ─dice el comunicado─ de una Misa con la presencia de un grupo no pequeño de fieles (en general de más de cincuenta personas), pero a la que el Papa desea conservar un carácter de familiaridad. Por esta razón, a pesar de las peticiones que han llegado, él ha deseado explícitamente que no se transmita en directo audio y vídeo En cuanto a las homilías, no son pronunciadas en base a un texto escrito, sino espontáneamente, en lengua italiana, lengua que el Papa domina muy bien, pero que no es su lengua materna. Por tanto, una publicación “integral” comportaría necesariamente una transcripción y una reescritura del texto en varios puntos, dado que la forma escrita es diferente de la oral, que en esto caso es la forma originaria elegida intencionalmente por el Santo Padre. Resumiendo, se necesitaría una revisión del mismo Santo Padre, pero el resultado sería claramente “otra cosa”, que no es lo que el Papa desea hacer cada mañana.

      Aquí está explicado lo que pretende el Santo Padre cada mañana. Y una de las normas de hermenéutica para entender y recibir adecuadamente el magisterio legítimo y auténtico del Pastor universal de la Iglesia es atender, en primer lugar a su propia intención. Dicho de otro modo, los actos de magisterio se autocalifican en el mismo acto. Ejemplos sencillos pueden ser los siguientes. Cuando Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María a los Cielos, calificó su intervención con estas palabras: «por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina»

      Otro ejemplo: Juan Pablo II en la Carta Apostólica Ordinatio sacerdotalis dice al final: «declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia». No se trata en este caso de la definición de un dogma, pero sí es un acto de magisterio irreformable.

      Por contraste, cuando Benedicto XVI publicó Jesús de Nazareth, dejó bien claro en el prólogo: «Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal “del rostro del Señor” (cf. Sal 27, 8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible» (J. RatzingerJesús de Nazareth, parte I, prólogo).

      Atender, pues, a la intención del Papa en cada momento es la primera condición para acoger su magisterio. Así lo declara la citada nota del P. Lombardi: «Es necesario insistir en el hecho de que, en el conjunto de las actividades del Papa, se conserva atentamente la diferencia entre las diversas situaciones y celebraciones, así como también el diverso nivel de empeño de sus pronunciamientos».

      La vida moderna presenta una diversidad de situaciones que no se daban en otros tiempos. Eran famosas las informales ruedas de prensa que Juan Pablo II mantenía con los periodistas que le acompañaban en el avión en sus numerosos viajes pastorales por todo el mundo. Igualmente tenían especial tono confidencial las reuniones con el clero o los seminaristas de una determinada diócesis. A esta variedad de situaciones ha de añadirse el efecto multiplicador de los medios y las posibilidades casi infinitas de combinar frases sueltas. Un lector poco avisado puede encontrarse ante un puzle de titulares que pretenden reflejar la mente del Papa.

      Demos muchas gracias a Dios por la “sorpresa” de este Papa y por las “sorpresas” que pueda depararnos en un futuro. Pero aún no han llegado los “formatos mayores” en lo doctrinal, lo normativo y, sobre todo, faltan los nombramientos.

      Dios proveerá.
Jorge Salinas

Imprimir o descargar como PDF

COMENTARIO El Papa Francisco y la hora de Latinoamerica


El Papa Francisco y la hora de Latinoamérica
Los líderes latinoamericanos tienen claro que la Iglesia no pretende un poder político, no es su misión; pero saben que el alma de sus pueblos es profundamente cristiana y que sólo es posible un desarrollo humano, armónico, si se da una colaboración desinteresada y leal entre los poderes de este mundo y la Iglesia Católica
      El presidente de Uruguay, José Mújica, después de su reciente visita al Papa Francisco declaraba al El País:«los latinoamericanos tenemos dos grandes instituciones comunes: la lengua. Porque el portugués, si hablas despacio, se entiende. Y la otra es la Iglesia católica. Esas son las columnas vertebrales comunes que tenemos en nuestra historia y no reconocer el papel político de la Iglesia católica es un error garrafal en América Latina. Y yo, por más ateo que sea, no voy a cometer ese error». Así de sencillo se expresaba el veterano ex-guerrillero y añadió con desparpajo, «además teniendo un Papa del barrio…».
      Un ‘Papa del barrio’. Este calificativo encierra todo un mundo cultural que está en plena ebullición y emergencia, un mundo que acepta ser llamado Latinoamérica. Pocos días después, el Papa Francisco recibió aNicolás Maduro, presidente de Venezuela. Es el más reciente en una serie de jefes de Estado que visitan al Papa, con el cual se abrazan al estilo hispano y charlan distendidamente en español: Méjico, El Salvador, Ecuador…
      La primera visitante del Papa, Cristina Fernández de Kirchner, recibió un beso paternal y fraterno. Algo nuevo aparece en el escenario mundial: Un Papa argentino (más exacto, italo-argentino) y un Continente que ha sufrido y sufre mucho, con una potencialidad en la tierra y en los hombres asombrosa, que pugna desde hace dos siglos por encontrarse a sí mismo y por encontrar al resto del mundo. ¿Cómo no recordar aquella frase de Juan Pablo II, ante Fidel Castro, en su viaje pastoral a la perla del Caribe: «que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba?».
      Dentro de unos días el Papa llegará a Río de Janeiro para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud, una convocatoria periódica que suscita una gran expectación entre jóvenes de todo el planeta. Basta recordar la inolvidable JMJ Madrid 2011. Es el primero de los viajes trasatlánticos del Papa y esta vez a un país latinoamericano.
      Sabemos que Francisco está regalando a sus ilustres visitantes americanos un ejemplar del Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe Conferencia de Aparecida, un verdadero acontecimiento de gracia, poco conocido aquende los mares, pero acontecimiento clave para la Nueva Evangelización en Latinoamérica. Aquella Conferencia fue inaugurada por el Papa Benedicto XVI, en Aparecida (Brasil), el día 13 de mayo y finalizó el 31 de mayo de 2007. En aquella ocasión, las intervenciones del entonces Cardenal Bergoglio, de Buenos Aires, fueron muy importantes. Allí, bajo la mirada materna de Nuestra Señora Aparecida (el santuario mariano más visitado del Continente), se analizó la situación de toda América, bajo todos los aspectos, y se trazaron unas líneas de actuación de la Iglesia Católica para los próximos años.
      Los líderes latinoamericanos tienen claro que la Iglesia no pretende un poder político. No es su misión. Pero saben que el alma de sus pueblos es profundamente cristiana y que sólo es posible un desarrollo humano, armónico, si se da una colaboración desinteresada y leal entre los poderes de este mundo y la Iglesia Católica. En este sentido, el Papa, junto el gesto de entregarles el Documento de Aparecida les ha pedido que mantengan un confiado contacto con las Conferencias episcopales de cada nación.
Jorge Salinas

COMENTARIO Dios hará el resto


Dios hará el resto
Cuando falta la confianza en la ayuda divina nos podemos ‘atascar’ o ‘bloquear’ por miedo al fracaso, es decir, por miedo a lo limitado de nuestras posibilidades
      «Dejad que Dios diseñe su proyecto». Son palabras del Papa Francisco pronunciadas el 3 de junio, 50º aniversario de la muerte del Beato Juan XXIII, ante 2.000 fieles de la diócesis de Bérgamo. El Pontífice alabó la ilimitada confianza del Papa Bueno en la acción del Espíritu Santo, que le llevó a la convocatoria del Concilio Vaticano II, una decisión que requería una audacia más allá de toda prudencia humana.
      Decisiones de ese tipo las encontramos en los mismos comienzos de la Iglesia. La conciencia de ser conducidos por el Paráclito lleva a los Apóstoles a un modo de actuar resuelto y arriesgado. Pensemos al procedimiento que siguieron para llenar el hueco dejado por Judas en el colegio apostólico. Jesús eligió a Doce y es preciso mantener ese sagrado número. Pedro inicia el proceso con una consideraciones muy razonables fijando el perfil del futuro Apóstol: «Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección» (Hechos, 1, 21-22).
      Luego, se sigue un protocolo ordenado: selección de personal, ajustándose a las características requeridas para el puesto, y presentación de dos candidatos. Hasta aquí todo razonable, como en una empresa bien organizada. Pero al llegar a este punto, el paso definitivo es planteado de un modo distinto al de la lógica humana: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse adonde le correspondía. Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles»(Hechos 1, 24-26).
      Esa misma seguridad en la acción del Espíritu Santo que guía a la Iglesia, contando con la mediación de los Apóstoles, les lleva a afirmaciones sorprendentes. Recordemos el modo en que se redactan las conclusiones del Concilio de Jerusalén: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros» (Hechos 15, 28). Los Apóstoles se saben co-autores, co-protagonistas con el divino Don.
      Es más, en la vida personal de cada uno de nosotros, quien nos guía es Dios mismo, contando con nuestra cooperación; es decir, con nuestra docilidad al Maestro interior.
      Hay una hermosa invocación de la tradición cristiana que se reza antes de cualquier actividad y dice así: «Actiones nostras, quæsumus, Domine, aspirando præveni et adiuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur», «Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con tu ayuda, para que todo nuestro hablar y actuar tenga en ti su inicio y su fin». Cada paso de nuestra vida, cada acción debe iniciarse ante Dios, a la luz de su Palabra.
      Cuando falta esa confianza en la ayuda divina nos podemos “atascar” o “bloquear” por miedo al fracaso, es decir, por miedo a lo limitado de nuestras posibilidades
      Con una perspicacia meramente humana el futuro siempre es incierto. En casi todo los órdenes de la vida: político, económico, empresarial, etc. Los analistas del futuro casi siempre se equivocan. Se atribuye a Churchill el comentario, con sentido del humor, acerca de los partes meteorológicos británicos durante la segunda guerra mundial: si hubieran dicho en cada pronóstico lo contrario hubieran acertado más.
      El Catecismo de la Iglesia Católica describe «una bella palabra, típicamente cristiana: parrhesia, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado» (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14) (n. 2778). Uno de los atractivos del Papa Juan XXIII era la transparencia de esa ilimitada confianza en Dios y en el futuro. En palabras de Francisco, «a través de este abandono cotidiano a la voluntad de Dios, el futuro papa Juan, vivió una purificación, que le permitió desligarse de sí mismo y unirse a Cristo, dejando de esta manera surgir esa santidad que la Iglesia más tarde ha reconocido oficialmente».
      El futuro pertenece a Dios. Podemos llevarle la contraria (y eso será peor para nosotros), pero podemos actuar en la dirección en que sopla el Espíritu, y eso es lo mejor. El Papa Francisco dijo el otro día a los fieles de la diócesis de Bérgamo:«Imitad su santidad. Dejaros guiar por el Espíritu Santo. No tengáis miedo de los riesgos, como él no tuvo miedo. Docilidad al Espíritu, amor a la Iglesia y adelante... que el Señor hará todo el resto».
Jorge Salinas

COMENTARIO El ecumenismo en el Año de la Fe

El ecumenismo en el Año de la Fe
Podemos hablar de un ecumenismo interior, espiritual, potenciado en este Año de la Fe, que no es tarea exclusiva de la jerarquía de la Iglesia o de algunos especialistas, sino que implica una responsabilidad común a todos los fieles

      El Papa Francisco ha propuesto a los cristianos vivir el Año de la Fe como una especie de peregrinación a lo que es esencial para todo cristiano: la relación personal y transformadora con Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por nuestra salvación. La idea de peregrinación y la de relación personal con Cristo son muy sugestivas: me parece que estas palabras del Pontífice encierran una intuición profunda.

      El núcleo de nuestra relación Cristo es íntimo y personal; los caminos que conducen a la transformación en Cristo son caminos del corazón; por supuesto, siempre bajo la guía y la acción del Espíritu Santo. Para los católicos la garantía de que estas sendas sean verdaderas está en la plena comunión con la Iglesia. El Papa, sin embargo, se está dirigiendo a todos sean católicos o no. Esa peregrinación profundamente personal y, al mismo tiempo común a los cristianos, sería como el alma del verdadero ecumenismo. Encierra una movilización interior espiritual que haría fácil la actividad externa del ecumenismo eclesiástico.

      Lo normal es que los católicos recorran este itinerario interior a través de la vida sacramental, la guía de los pastores y las enseñanzas del magisterio. Los no católicos tendrán como recursos externos la vida de sus Iglesias separadas o de sus comunidades cristianas. La meta es la misma para todos: la santidad, que es la transformación en Cristo. Sabemos, eso sí, que la Iglesia querida por Jesucristo subsiste en la Iglesia Católica. En ella se dan en su integridad todos los medios necesarios para la salvación eterna. Por tanto, los católicos tienen más recursos, por gracia de Dios, para su identificación con Cristo, y por la misma razón son especialmente responsables de la salvación y santidad de los demás. Pero la meta para todos es el Cielo.

      El Cielo, perfecta societas sanctorum, es la plena realización de la Ekumene: allí todos son un único rebaño, con un único Pastor, el mismo Jesucristo nuestro Señor. En el Cielo no hay problemas de separación por razón de pertenencia a Iglesias distintas. Los bienaventurados viven en Cristo. Desde allí pueden contemplar el drama de la separación en la tierra, y se unen a la oración de Cristo pidiendo al Padre la unidad. Cuando el número de los elegidos se haya cumplido, tendrá lugar el retorno glorioso de nuestro Señor, la resurrección de la carne y la instauración de los nuevos cielos y la nueva tierra. Finalmente, Cristo someterá todo al Padre. Mientras tanto, los que permanecemos aquí abajo tendremos que recorrer esa especie de peregrinación hacia lo esencial: la relación personal y transformadora con Jesucristo.

     En el mundo se pueden dar situaciones variadas y paradójicas. Dentro del cuerpo de la Iglesia Católica habrá quienes estén vivos y quienes estén muertos. Entre los muertos, algunos acabarán en el infierno. También podrá darse el caso de cristianos no católicos que, a pesar de las deficiencias de las estructuras eclesiásticas, vivan en un estado de gracia superior al de muchos católicos tibios. Nadie puede juzgar, nadie debe juzgar; el Señor es el que juzga.

      Con la lógica de la fe, comprendemos que la Iglesia considere como parte integrante de su misión el restablecimiento de la unidad de los cristianos: ésta es la gran tarea del ecumenismo. También se atisba que el ecumenismo no sea una tarea exclusiva de la jerarquía de la Iglesia o de algunos especialistas, sino que implica una responsabilidad común a todos los fieles.

   El Papa Francisco, en su primer encuentro con representantes de otras Iglesias y comunidades cristianas, les dijo: Sí, queridos hermanos y hermanas en Cristo, sintámonos todos íntimamente unidos a la oración de nuestro Salvador en la Última Cena, a su invocación: Ut unum sint. Pidamos al Padre misericordioso que vivamos plenamente esa fe que hemos recibido como un don el día de nuestro bautismo, y que demos de ella un testimonio libre, alegre y valiente. Éste será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los cristianos, un servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por divisiones, contrastes y rivalidades. Cuanto más fieles seamos a su voluntad en pensamientos, palabras y obras, más caminaremos real y substancialmente hacia la unidad.

      Podemos, por tanto, hablar de un ecumenismo interior, espiritual, potenciado en este Año de la Fe. Un crecimiento interno de la fe en el corazón de muchos católicos robustecerá la unidad de la Iglesia en su conjunto. Y como “de la abundancia del corazón habla la boca”, el conocimiento vivo de Cristo se difundirá a otros cristianos.

Jorge Salinas
Imprimir o descargar como PDF

COMENTARIO Concretar en el Año de la Fe


Concretar en el Año de la Fe
Hay, al menos, dos dimensiones según las cuales podemos y debemos intentar un incremento serio en nuestra vida de fe: un aumento en la intensidad con que creemos y un aumento en la comprensión de lo que creemos

      San Pablo en Carta a los Efesios describe a la Iglesia como un sujeto histórico que vive un proceso personal y comunitario con una dirección y una meta bien marcados, que es el conocimiento vivo y transformante de Jesucristo, misterio que siempre nos desborda. San Pablo señala que el mismo Jesús, cooperando el Espíritu Santo, conduce a su pueblo en este caminar. Por eso, el Apóstol recuerda a los que guían y forman a sus hermanos, es decir, a los pastores, a los evangelizadores, a los maestros, que su principal deber es que trabajen en perfeccionar a los santos cumpliendo con su ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo (Ef 4, 12-13)
.
      Han pasado más de 20 siglos desde que el Apóstol escribió estas palabras y estamos en las mismas. La Iglesia necesita reemprender con brío el camino del conocimiento del Hijo de Dios; un camino que es personal, pero dentro de una sola Familia, bajo la guía del sucesor de Pedro y los demás pastores en comunión con él. Hay que reconocer que nos queda mucho por andar en el conocimiento del Hijo de Dios y que estamos lejos de haber alcanzado la medida de la plenitud de Cristo.

      ¿Se puede crecer en la fe? Se puede y se debe crecer en la fe y así lo pedimos, o debemos pedirlo, con palabras que están en el Evangelio: Señor, auméntanos la fe.

      Hay, al menos, dos dimensiones según las cuales podemos y debemos intentar un incremento serio en nuestra vida de fe: un aumento en la intensidad con que creemos y un aumento en la comprensión de lo que creemos.

      Un aumento en la intensidad (fides qua), sí, es necesario. Llegar a la fe de los niños, o recuperarla; llegar a la fe de personas mayores, con gran sencillez de corazón, cuando ya se tocan los límites de la propia existencia terrena. Un alma simple, sin mucha preparación intelectual, puede tener una confianza ilimitada en la bondad de Dios, en su providencia amorosa, en su veracidad infinita. Esa alma cree de un modo absoluto y reza con una esperanza ilimitada y sabe amar.

      Pero la intensidad no basta. No basta para hoy la “fe del carbonero”. Recordemos aquellas palabras que Juan Pablo II nos dirigió en su viaje a España en 1982, en su visita a Granada: hay que potenciar la educación en la fe, impartiendo una formación religiosa a fondo; estableciendo la orgánica concatenación entre la catequesis infantil, juvenil y de adultos, y acompañando y promoviendo el crecimiento en la fe del cristiano durante toda la vida. Porque una “minoría de edad” cristiana y eclesial, no puede soportar las embestidas de una sociedad crecientemente secularizada.

      El Año de la Fe, promulgado por Benedicto XVI y confirmado por el Papa Francisco, lleva consigo una exhortación al crecimiento en la comprensión de la fe, en el conocimiento de los contenidos de la fe. Todos los fieles estamos llamados, en estos tiempos de gracia, a mejorar en nuestra comprensión de la fe, a situarnos en un nivel superior, a saber mejor lo que creemos como fieles de la Iglesia Católica. Esa tarea supone estudio, individual o colectivo, reflexión, en una palabra, más formación.

      El instrumento de referencia básico para este empeño, como señaló Benedicto XVI en la Carta Porta Fidei, es el Catecismo de la Iglesia Católica. Ahí está la fe profesada por la Iglesia, la fe celebrada, la fe llevada a la vida, la fe según la cual rezamos.

      Quiero llamar la atención sobre un hecho importante, poco comentado. Cuando Benedicto XVI estableció una nuevo tipo de circunscripciones eclesiásticas (Ordinariatos para Anglicanos) en la que pudieran pastores y fieles anglicanos entrar en plena comunión con Roma y con Pedro se legisló que el Catecismo de la Iglesia católica es la expresión auténtica de la fe católica profesada por los miembros del Ordinariato (Const. Apost. Anglicanorum coetibus, I § 1). Esta nota pone de manifiesto la importancia magisterial y canónica del Catecismo citado.

Jorge Salinas

COMENTARIO La Santísima Trinidad y nuestra felicidad


Dentro de la Iglesia, se refleja la Trinidad en cualquier comunidad auténticamente cristiana, allí donde cada uno se preocupe de los demás y se olvide de sí mismo, en una familia, en un hogar hondamente cristiano, allí donde predomine la acción del Espíritu Santo y se manifiesten sus frutos: caridad, paz, gozo, paciencia…
      Uno de los textos más citados del Concilio Vaticano II es el n. 24 de la Const. Gaudium et spes y, desde luego, fue un lugar favorito de Juan Pablo II. Se titula La índole comunitaria de la vocación humana según el plan de Dios. En él se lee: el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Io 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad.
      La petición de Jesús al Padre es asombrosa. La traducción al español empobrece el sentido porque sólo hay una palabra (uno) para expresar dos conceptos distintos en griego y en latín: unus y unum. En realidad, lo que Jesús pide a su Padre es que se dé entre sus discípulos un tipo de unión semejante al que se da entre las Personas de la Trinidad. Ésa es la petición de Jesús y ésa es nuestra vocación, nuestro futuro dichoso, querido por Dios.
     Abriendo perspectivas cerradas a la razón humana… La realidad íntima de Dios, su condición de Uno y Trino, el misterio de la Santísima Trinidad excede la capacidad natural de la inteligencia humana. Los grandes pensadores de la antigüedad fueron capaces de superar los mitos paganos y llegar al posible y limitado conocimiento natural de Dios, pero la intimidad del Dios Vivo habría permanecido incógnita a la razón humana si Dios no hubiera emprendido esa aventura amorosa que se llama Historia de la Salvación, si no se hubiera abierto Dios al hombre para invitarle a entrar en la misma vida divina. La Historia de la Salvación es, al mismo tiempo, Historia de la Revelación divina al hombre.
     De una manera muy directa Dios se manifiesta al pueblo de Israel, comenzando por su propio inicio en los Patriarcas. No obstante, a lo largo del Antiguo Testamento Dios se revela sólo como Uno y único, con una gradualidad pedagógica, para evitar a su Pueblo el contagio politeísta de todas las culturas que le rodean. Sólo con Jesús y en Jesús acontece la revelación del Padre, del Hijo Encarnado y del Espíritu Santo. El conocimiento de la Trinidad en Dios es algo nuevo, sólo se da en Cristo, es propio de los cristianos; es algo singular, es algo que no acontece en ninguna religión ni en ninguna filosofía.
      Sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. El lenguaje de la fe siempre es prudente porque hablar al mismo tiempo de Dios y de los hombres se requiere siempre el recurso a la analogía. Se sugiere una cierta semejanza. Nuestra comunión con la Trinidad, siempre a través de Jesús, origina una comunión entre nosotros: la Comunión de los Santos, imperfecta aquí en la tierra, perfecta en el Cielo. Comunión de fe y de amor.
      Podríamos preguntarnos ¿cómo se instaura entre nosotros −criaturas, cristianos− ese reflejo, ese eco, de la Santísima Trinidad? Viviendo cada uno no para sí sino para Cristo y los demás. La Iglesia entera es pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Dentro de la Iglesia, se refleja la Trinidad en cualquier comunidad auténticamente cristiana, allí donde cada uno se preocupe de los demás y se olvide de sí mismo, en una familia, en un hogar hondamente cristiano, allí donde predomine la acción del Espíritu Santo y se manifiesten sus frutos: caridad, paz, gozo, paciencia…
      Realmente, cuánto más cristiana es nuestra vida, compartida, mayor es el anticipo que se nos da... del Cielo.